El Silencio que Suena Más que la Banda Sinfónica
- Hablemos Copacabana
- 13 may
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¡Por ese Gestor incómodo que prefiere la verdad al protocolo!
Era el 12 de mayo del 2025 y Copacabana amanecía, como lo ha hecho tantos otros días: con el sol golpeando los balcones coloniales, con la montaña mirándonos como si supiera más que nosotros, y con la Casa de la Cultura... en silencio.
Un silencio que no es paz, ni pausa. Es ausencia. Ausencia de violines, de risas de niños corriendo con flautas desafinadas, de tambores que alguna vez hicieron retumbar el alma del municipio. Ese silencio tiene nombre: indiferencia administrativa.
La esquina más artística del pueblo esa donde el arte se respiraba, se aprendía, se amaba hoy parece una postal marchita. El Instituto Bellas Artes, aquel templo que formó músicos, bailarines, actores y soñadores, hoy luce como un cascarón bonito sin vida dentro. Antes, los lunes eran sinónimo de ensayo, los viernes de función, y los sábados de aplausos. Hoy, son días como cualquier otro, vacíos, como si la cultura se hubiera ido de puente y nunca regresara.
Y uno se pregunta con el sarcasmo como escudo y la indignación como lanza: ¿cómo es posible que para algunos contratos sí haya dinero, pero para el alma de Copacabana, no? ¿Será que educar ya no da “likes”? ¿Que formar ciudadanos críticos no genera tantos “views”? ¿O será que ahora gobernar es una competencia de influencers y no de influyentes?
Hay funcionarios que confunden gestión con posteo. Que creen que gobernar es salir en videos en Facebook y TikTok, mientras los verdaderos gestores culturales del pueblo —esos que lo han dado todo sin esperar un aplauso, ni una estrellita dorada— ven cómo se derrumban los procesos que ayudaron a construir por años.
Querida administración, esto no es solo una crítica; es una postal dolorosa de la realidad. Es la voz de los pasillos vacíos, de las sillas apiladas, de los atriles cogiendo polvo. Es el eco de las promesas de campaña que hoy suenan más desafinadas que un mariachi sin guitarrón. Decían que traían un “nuevo aire”, pero hasta ahora, lo que huele es a desmemoria.
Y mientras ustedes levantan cemento, los cimientos culturales se cuartean. Mientras planifican parques y placas, olvidan que no hay parque más poderoso que una mente formada, ni placa más eterna que el recuerdo de un niño tocando su primer instrumento.
Y este silencio ensordecedor, tan cómodo para algunos, se ha extendido más allá de los pasillos de Bellas Artes y de la Casa de la Cultura. Es un silencio que habita también en los corredores de la Administración Municipal, donde se siguen esperando palabras que nunca llegan. Un silencio que serpentea por las curules del Concejo Municipal, donde alguna vez se atrevieron con dedo acusador y voz de indignación prefabricada a llamar a la Casa de la Cultura “la casa de la tortura”. ¿Dónde están hoy esas voces que se rasgaron las vestiduras? ¿Dónde quedaron esos valientes de micrófono fácil, que se llenaron la boca hablando comentarios infundidos por algunas vacas sagradas, esas que año tras año, ayudaban a ordeñar hasta dejar la cultura sin pasto, sin leche y sin esperanza?
Ese silencio ensordecedor, que no denuncia ni defiende, es peor que una mentira. Porque es un silencio cómplice. Cómplice de la desidia, del abandono, del olvido. Cómplice de la narrativa cómoda que prefiere callar antes que incomodar.
Así que este no es solo un llamado: es una exigencia. A la Secretaría de Educación y Cultura, que no puede seguir permitiendo que los procesos se diluyan en trámites eternos. A la administración municipal, que juró defender el arte y hoy lo trata como si fuera un gasto innecesario. Y a toda una comunidad, para que no permita que le apaguen el micrófono.
La cultura no es un lujo. Es identidad.
No es gasto. Es inversión.
No es pasado. Es futuro.
Hoy, la partitura está incompleta. Falta que alguien toque de nuevo la melodía de la coherencia, esa que dice que gobernar también es preservar el alma de un pueblo. Porque mientras no regresen las monitorias culturales, mientras no vuelva la música a Bellas Artes, mientras no se escuche el zapateo de un grupo de danza en la Casa de la Cultura… Copacabana seguirá respirando, sí, pero sin ese aire que prometieron: el del arte, el del alma, el del verdadero desarrollo.
Y a ese “nuevo aire” que tanto se pregona, solo le pedimos una cosa: que no huela a olvido.
Por Sebastian Sandoval

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