Copacabana entre líneas: cuando las letras se hicieron calle.
- Hablemos Copacabana
- 20 jul
- 2 Min. de lectura
En la historia quedará escrito, no con tinta común, sino con el pulso cálido de quienes creen, hacen y sueñan: que la primera Feria del Libro de Copacabana fue un proyecto sembrado con amor y regado con coraje. Una idea que germinó en el corazón vibrante de la Mesa Municipal de la Cultura, ese tejido humano hecho de gestores culturales, soñadores insomnes, caminantes del arte y la palabra.
Fueron cuatro días de magia en que las letras se salieron de los libros para tomar las calles, las esquinas, las aceras, como si las páginas mismas decidieran aventurarse a la vida real. En los barrios La Asunción y Guadalajara, la tinta se volvió voz, y la voz se hizo encuentro. Allí, los emprendedores del territorio desplegaron sus saberes como estandartes de identidad: propuestas ambientales, sociales, culturales, económicas y escritas, todas entrelazadas en una coreografía de comunidad.
Más de veinte grupos artísticos dieron alma a los días. Música, danza, teatro —fuerza viva del arte— se mezclaron con los colores del paisaje cotidiano. Las charlas, los talleres vivenciales, los saberes compartidos con generosidad abrieron caminos en la conciencia del público diverso que llegó, curioso y con los ojos brillantes. Yo mismo, un domingo cualquiera transformado en historia, hablé sobre la bicicleta como símbolo de libertad, como historia en movimiento, como herramienta de transformación. Enseñamos a pedalear… y a imaginar.
Pero esto no fue solo un festival de papel y voces. Fue también una feria de resistencia y de firmeza, un acto de fe en medio de la indiferencia institucional. Porque si algo debe quedar claro en esta crónica es que María, Rafa, Daniel y Carlos, pese a los obstáculos, pese a la falta de voluntad y corresponsabilidad de la administración municipal, lograron lo imposible: copar las calles de poesía, sin permiso, pero con convicción. Fueron líderes sin corona, pero con causa. Su compromiso, su terquedad hermosa, fue la prueba más viva de que cuando la comunidad se organiza, el milagro ocurre.
Y ocurrió.
La feria no solo circuló cultura, también activó la economía barrial, hizo que los emprendedores se sintieran vistos, escuchados, apoyados. Hubo negocios que, al caer la tarde, colgaron su cartelito de "agotado" con una sonrisa que les nacía desde el pecho. Como diría mi abuela, “puras bendiciones, mi muchacho”, porque en la feria no solo se vendieron productos: se cultivó esperanza.
“Copacabana entre líneas” dejó una huella imborrable. No de esas que el viento se lleva, sino de las que echan raíces en el alma colectiva. Una semilla fue plantada en cada sonrisa infantil, en cada madre lectora, en cada padre curioso, en cada grupo de amigos que se armó de libros como quien se arma de futuro.
Porque esta feria no tiene dueño, ni diminutivos, ni divisiones. Es del pueblo. De cada niño, de cada esquina, de cada historia. Es un libro abierto que empieza a escribirse en plural.
Y si me preguntan cómo se llama lo que vivimos, diré sin dudarlo:
se llama cultura, se llama comunidad, se llama Copacabana entre líneas.
Por: Sebastian Sandoval
fotografias por: David Morales






































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