Carta abierta al Concejo Municipal de Copacabana
- Hablemos Copacabana
- 28 may
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En algún momento de esa juventud explosiva —esa en la que uno cree que puede cambiar el mundo a punta de ideales— trabajé codo a codo con personas que enarbolaban las banderas de la izquierda. Por mi forma de pensar, por cuestionar sin repetir sus consignas, algunos llegaron a tildarme de facho. Más adelante, al acercarme a ciertos sectores de la derecha, me señalaron por tener ideas “demasiado progresistas”, como si pensar por cuenta propia fuera un pecado capital. Conservador para unos, reaccionario para otros, me convertí en sospechoso simplemente por no querer encajar en los moldes.
Y, sin embargo, no soy otra cosa que un ciudadano que se cansó del silencio. Uno que observa con preocupación cómo los extremos dejaron de debatir ideas para dedicarse a encubrirse mutuamente. Unos pregonan democracia mientras hacen presuntos acuerdos administrativos en la penumbra; otros se envuelven en banderas ideológicas y pactos de pasillo. A veces, de verdad, no entiendo los extremos. Como hoy, no entiendo a nuestro Concejo Municipal.
Parece que los quince concejales fueran más un colegio cardenalicio, ungido no por la ciudadanía, sino por su majestad burgomaestre, convertido hoy en pontífice del like. He visto sesiones donde el alcalde asiste al recinto, y no dudo que más de uno estaría presto a besarle la mano… Más que concejales, honorables representantes de la ciudadanía, parecen acólitos de los caudillos que ven a Copacabana como alcancía para financiar su cruzada en el eterno evangelio del poder.
Queridos concejales —algunos conocidos, unos tal vez amigos, otros no— esta no es una carta de odio. No tengo tiempo para odiar. Es una invitación firme a no ser otro ladrillo más en el muro de las mentiras y del saqueo presuntuoso que sufre este municipio. Así como muchos se apresuraron a apoyar a Frisby y a salir sonrientes en la foto, sería bueno verlos también defendiendo a Copacabana. No solo sus intereses comerciales, sino los de sus comunidades.
Ese recinto, honroso para muchos, donde de la izquierda a la derecha se acusan mutuamente de traición y hasta se señalan de arrodillados, debe recordar que afuera la seguridad es una caricatura, la movilidad un chiste cruel, la cultura un choque de egos, el deporte corre descalzo y el desarrollo, literal, es una promesa enredada en la telaraña de los discursos envueltos en kilos de cemento.
Yo no me asumo de centro, ni de extremos. Me asumo ciudadano. Con derechos, sí, pero también con deberes. Y entre ellos, está el deber de hablar cuando el silencio se vuelve cómplice. Por eso hoy empuño la pluma de nuevo como lanza: no para herir, sino para contar. Para escribir esta crónica que emerge entre los escombros de los discursos vacíos, con la esperanza de que aún queden oídos sin miedo y conciencias sin precio, dispuestas a asumir el deber con el que juraron servir, no someterse.
A los 15 les recuerdo que su labor no es asistir como notarios del “sí” ni como ministros del “amén”. Su trabajo es controlar, discernir, cuestionar, representar.
Están allí por la ciudadanía, no por la administración. Acompañar no es obedecer; es velar porque el desarrollo social, comunitario, ambiental y económico tenga verdaderamente rostro humano, no manual técnico ni maquillaje publicitario.
Pero hoy, lo que se respira en ese histórico recinto es una hipocresía corporada, disfrazada de honorabilidad, sin trabajo honroso. Muchos de ustedes, que antes se rasgaban las vestiduras denunciando la corrupción, hoy prefieren vestirse de silencio. Aquel panorama que antes pintaban con tintes de lucha, hoy se ha desteñido en el silencio de la complicidad.
El “grupo de los 15” parece más una congregación adoctrinada que una corporación autónoma. La administración se volvió púlpito, ustedes sus feligreses, y el evangelio a repetir es el del “sí, señor”. Se arrodillaron ante la elevación del poder, pero olvidaron levantarse para ejercer el deber.
Hoy les escribo, no desde la rabia —para que después de leerme, ese no sea su discurso de defensa—. Este manuscrito nace desde el eco ciudadano y es un llamado desde la urgencia. Todavía es tiempo. No de cambiar el mundo —eso es tarea colectiva—, sino de cambiar su rol, su actitud, su coherencia.
Porque cuando se pierde la brújula ética, la política deja de ser instrumento de transformación y se convierte en maquinaria de intereses. Y este pueblo, que les confió la representación, no necesita más operadores del desgobierno, sino guardianes del bien común.
No esperen el escándalo para actuar, ni la presión mediática para pronunciarse. El deber no debería necesitar de cámaras ni de aplausos, solo de convicción. Lo que está en juego no es una curul, ni una foto para redes, ni un contrato para un compadre o algún parcero. Lo que está en juego es la dignidad de un territorio que merece algo más que obediencia ciega y discursos aprendidos.
Copacabana no puede seguir siendo el patio trasero de nadie, ni la caja menor de ambiciones ajenas. La ciudadanía ya no se traga los cuentos; está aprendiendo a leer entre líneas, a preguntar lo incómodo, a señalar lo injusto.
Así que sí, todavía es tiempo. Tiempo de sacudirse el conformismo, de romper el guión del “sí, señor”, de recordar por qué llegaron allí.
Les hablo como ciudadano, como vecino, como alguien que ha visto a este pueblo resistir y renacer mil veces.
Y les escribo, no porque crea que no hay esperanza, sino precisamente porque la hay… pero solo si ustedes deciden honrar el lugar que ocupan y a quienes los pusieron allí.
Por: Sebastian Sandoval

















Excelente escrito,lleno de claridad y más que todo realidad ojalá sea leído por los que están ejerciendo el poder en el municipio de Copacabana
Excelente ese escrito , totalmente cierto, felicito a la persona que la escribió 👌