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La Escombrera: El eco de las ausencias en la Comuna 13

En la cima de la Comuna 13 de Medellín, donde las casas parecen aferrarse a las montañas como un grito de resistencia, hay un lugar que guarda los secretos más oscuros de una ciudad que intenta reconciliarse con su pasado. “La Escombrera”, así le llaman, un terreno baldío donde por años se han arrojado desechos, pero también donde yacen los restos de vidas interrumpidas. Aquí, la tierra habla en susurros; cada palada de tierra removida revela fragmentos óseos que gritan los nombres de los desaparecidos.


Un pasado que persiste

Era octubre de 2002 cuando el rugido de los helicópteros y el estruendo de las balas rompieron el silencio de las calles. La Operación Orión, presentada como una cruzada por la seguridad, marcó a fuego la memoria de la Comuna 13. Ese operativo, orquestado por el gobierno de turno bajo el liderazgo de Álvaro Uribe Vélez, y respaldado por la administración local del alcalde Luis Pérez, prometía limpiar la zona de guerrillas y bandas criminales. Pero la limpieza fue más allá de lo visible.


“Se los llevaron vivos y los desaparecieron”, dice María Eugenia, una de las Madres de la Candelaria, con la voz quebrada por los años de lucha y la esperanza de encontrar a su hijo. La Comuna 13 fue el epicentro de una batalla desigual, donde los civiles quedaron atrapados entre las balas oficiales, las amenazas paramilitares y el silencio cómplice de las autoridades.


La Escombrera: fosa de impunidad

En 2015, comenzaron las primeras excavaciones en La Escombrera. Se hablaba de más de 90 desaparecidos, sepultados bajo toneladas de escombros. Excavadoras y arqueólogos entraron al terreno con la misión de devolverle la dignidad a los cuerpos y a las familias. Pero, como suele suceder en este país, la verdad fue enterrada nuevamente: los recursos se agotaron y las búsquedas cesaron.


Los gobiernos han pasado uno tras otro, y aunque el discurso oficial habla de reconciliación, las acciones muestran que la memoria incómoda está lejos de ser una prioridad. El silencio institucional se convierte en un cómplice más, dejando a las familias enfrentarse solas a un sistema que prefiere mirar hacia otro lado.


La responsabilidad de quienes prometieron seguridad

El estado no solo falló al proteger a sus ciudadanos durante la Operación Orión; también ha fallado en reconocer su papel en las desapariciones. Los paramilitares, que supuestamente eran combatidos, terminaron consolidándose en el territorio con el beneplácito de sectores estatales. Los responsables políticos de entonces, hoy con trajes impecables y discursos patrióticos, esquivan preguntas incómodas.


La narrativa oficial ha tratado de maquillar la Operación Orión como un triunfo contra el terror. Pero la Comuna 13 sabe que la victoria tuvo un costo insoportable: calles teñidas de sangre, hogares vacíos y un futuro condicionado por el miedo. Y La Escombrera es el testigo mudo de esa historia que aún busca justicia.


Reconocer para no repetir

La Comuna 13 es también un símbolo de resistencia. Murales coloridos narran historias de dolor y esperanza, artistas urbanos transforman el sufrimiento en cultura, y las familias de las víctimas no cesan en su lucha por la verdad. Pero el reconocimiento oficial de lo sucedido es una deuda pendiente.


No podemos olvidar que los desaparecidos no son solo cifras. Eran padres, hijos, hermanas, vecinos. Y mientras sus restos sigan ocultos bajo los escombros de la indiferencia, la herida de la Comuna 13 no sanará. Este es un llamado a los gobiernos actuales y futuros: reconocer el pasado no es una debilidad, es un acto de valentía y justicia.


La Escombrera no puede seguir siendo un lugar de olvido. Debe convertirse en un monumento a la memoria, un recordatorio de que nunca más la seguridad puede construirse sobre los cimientos del terror. Porque solo recordando a quienes ya no están, podremos garantizar que nadie más tenga que desaparecer.




 
 
 

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